Desde 1939 se desarrollaba una guerra terrible que implicaba a gran parte de la comunidad internacional, en la que se alineaban de un lado las potencias del Eje y del otro los Aliados. Esta guerra se había convertido en un conflicto radical entre Estados que perseguían una política racista y de expansión imperialista agresiva por un lado, y Estados que cada vez más venían a asumir el papel de defensores de la paz y la libertad de los individuos, por el otro.
Aunque de tendencia imperialista, Estados como Inglaterra, Francia y Estados Unidos se oponían al hegemonismo agresivo de las potencias del Eje; del mismo modo, Estados socialistas como la URSS se enfrentaban al racismo y al expansionismo que Alemania perseguía. La causa de la guerra residía en el desprecio de las libertades y los derechos humanos, proclamado por Hitler.
Se pensaba, luego de la guerra, que si se quería evitar la repetición de los desastres provocados por el nazismo, era necesario tomar conciencia de la importancia del binomio paz–derechos humanos y trabajar en la posguerra para que estos valores se transformasen en la finalidad esencial de todos los Estados. Antonio Cassese, autor italiano, considera que así, poco a poco, se abre camino un nuevo iusnaturalismo, es decir, la idea de que el respeto a los derechos humanos, juntamente con el mantenimiento de la paz, han de constituir el punto sin retorno de la nueva comunidad mundial.
Varios personajes destacados se elevan para proclamar este neo–iusnaturalismo en el que destaca el líder norteamericano F. D. Roosevelt. El rescate moral contra una sociedad en que las desigualdades económicas y sociales hacían la vida más insoportable para los desprovistos que para el resto. Su proyecto tenía como condición el respeto mundial a cuatro libertades: la de palabra y pensamiento, la religiosa, la de necesidad, derechos económicos y sociales, y la libertad del miedo, reducción de armamentos.
Por un lado estaban las grandes democracias occidentales: Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Pese a sus tendencias imperialistas y a las discriminaciones efectuadas dentro de sus imperios coloniales, y pese a las desigualdades que existían dentro de la madre patria, ellas se alineaban igualmente a lo largo de un eje de sustancial respeto por ciertos grandes principios de los sistemas parlamentarios democráticos.
A estos Estados se sumaban los países de América Latina que habían importado los modelos de gobierno y de gestión de la sociedad propia de Occidente. Las potencias occidentales trataban de proclamar a escala mundial lo que ya estaba estipulado en sus constituciones internas.
Frente a ellos estaban, de un lado, la URSS, y, del otro, los países asiáticos. La Unión Soviética estaba en contra de los derechos humanos no sólo porque el gobierno Stalinista era de carácter autoritario, sino también por el fuerte peso de la teoría marxista.
Los derechos humanos eran, para los soviéticos, profundamente históricos y reflejan determinadas aspiraciones sociales de ciertos grupos. Así, sí es importante conseguir su reconocimiento en sociedades capitalistas, ello se debe tan sólo a que las libertades y los derechos pueden servir para subvertir más rápidamente el orden existente. Por esto, tiene un valor instrumental.
Pero, según esta teoría, esos valores no tienen sentido en la sociedad comunista, se vuelven superficiales, porque ésta realiza la plena integración del individuo y la comunidad, ya que las clases en conflicto quedan suprimidas y cada individuo participa en la totalidad sin que subsistan más obstáculos o impedimentos para la realización de su libertad y sus aspiraciones.
Así, la doctrina de los derechos humanos estaba en conflicto con la ideología y con la práctica en la URSS. Aunque no debe olvidarse el gran aporte de Marx en el campo de lo que luego se llamó derechos económicos y sociales, además de la contribución general a la teoría de los derechos humanos proporcionada por el revisionismo marxista.
Los miembros de la organización mundial eran entonces cincuenta y ocho. Entre ellos, catorce era occidentales, en el sentido político; veinte latinoamericanos; seis socialistas, de Europa central y oriental (URSS, Checoslovaquia, Polonia, Ucrania, Bielorrusia y Yugoslavia); cuatro africanos; catorce eran asiáticos.
No hay que pensar sin embargo, que ya el mundo estuviera dividido en tres grandes agrupaciones: occidentales, socialistas y Tercer Mundo. Los países que hoy denominamos en vías de desarrollo, no habían adquirido plena conciencia de que su matriz político-cultural era distinto al de Occidente.
Al observar como se comportaron éstos países en el debate sobre la Declaración, se nota que las diferencias esenciales no se dieron entre Occidente y Oriente, o entre el mundo industrializado, de tradición liberal y estructura capitalista, por un lado, y los países pobres, asiáticos y latinoamericanos, por el otro.
La Segunda Guerra Mundial dejó un costo humano de cincuenta y cinco millones de muertes y material, que el mundo no estaba dispuesto a soportar nuevamente. Para trabajar en el logro de la paz, se creó la ONU (Organización de las Naciones Unidas), que comenzó a existir en forma oficial el 24 de octubre de 1945, firmado el documento que habilitó su creación por cincuenta estados (actualmente son ciento ochenta y uno) y que a diferencia de la Sociedad de las Naciones, la ONU permite ser integrada por los países vencedores y vencidos en la guerra.
En ese momento, la opinión pública estaba profundamente conmovida por el conocimiento del horror de los campos de concentración nazis. Llenos de indignación y decididos a que nunca más el mundo sufriera tales crímenes, la ONU estableció una Comisión de Derechos Humanos para producir un Acta Internacional de Derechos Humanos que fuera vinculante para todos los pueblos y naciones.
El padre de la Declaración fue el Vice-presidente de la Comisión, René Samuel Cassin (1887-1976). Este abogado había sobrevivido a múltiples heridas infligidas durante la Primera Guerra Mundial, y se dedicaba a la rehabilitación de víctimas de la guerra. Ocupó el cargo de Ministro de Justicia de De Gaulle en tiempos de guerra, y a partir de entonces se lo conoce como el "Padre de los Derechos Humanos" por su trabajo sobre la Declaración Universal y otros documentos. En 1968 recibió el Premio Nobel de la Paz en reconocimiento de su magna tarea.
En 1946, junto con expertos de todos los países miembros de la ONU, la Comisión se abocó a la tarea gigantesca de producir una declaración sobre la dignidad humana que les resultara aceptable a personas de todas las culturas, religiones e ideologías, y que pudiera aplicarse a sistemas legales y políticos bien diferentes. Para 1948, ya habían logrado una serie de documentos para presentar ante la Asamblea General de Naciones Unidas, que tuvo sesión ese otoño en el Palais du Challiot de París. Tras dos meses de intenso trabajo –noventa y siete encuentros y mil doscientos votos sobre enmiendas - se proclamó ante el mundo la Declaración Universal de Derechos Humanos, el 10 de diciembre -un día antes del final de la sesión- de 1948.
En el año 1946, las Naciones Unidas establecieron dos organismos: La Asamblea general, integrada por representantes de todos los estados, para exponer y analizar sus inquietudes y el Consejo de Seguridad, formado por quince miembros (cinco permanentes). Esta entidad tiene poder de veto y deben mantener la paz, tomando decisiones que son obligatorias para los estados miembros.
Por otro lado, los crímenes de guerra, fueron juzgados en los juicios de Nuremberg, por un tribunal internacional que creó el derecho a aplicar, ya que no existían, normas que previeran los supuestos ocurridos.
A partir del 10 de diciembre de 1948, la comunidad internacional asume que todo individuo, por el solo hecho de ser miembro de la especie humana, tiene un conjunto de derechos que le son fundamentales y que obligan a todos los demás individuos y agrupaciones humanas a respetarlos, como también de oponerse a las leyes estatales injustas o a las costumbres agresivas.
Son Derechos Universales proclamados como respuesta al sufrimiento de los más débiles en todo el mundo, el derecho del individuo aislado a no ser oprimido, a gozar de ciertas libertades fundamentales que son vistas como naturales porque pertenecen al ser humano como tal y no dependen del beneplácito del soberano.
Los derechos humanos, herederos de la noción de derechos naturales, son una idea de gran fuerza moral y con un respaldo creciente. Legalmente, se reconocen en el Derecho interno de numerosos Estados y en tratados internacionales. Para muchos, además, la doctrina de los derechos humanos se extiende más allá del Derecho y conforma una base ética y moral que debe fundamentar la regulación del orden geopolítico contemporáneo.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos se ha convertido en una referencia clave en el debate ético-político actual, y el lenguaje de los derechos se ha incorporado a la conciencia colectiva de muchas sociedades. Sin embargo, existe un permanente debate en el ámbito de la filosofía y las ciencias políticas sobre la naturaleza, fundamentación, contenido e incluso la existencia de los derechos humanos; y también claros problemas en cuanto a su eficacia, dado que existe una gran desproporción entre lo violado y lo garantizado estatalmente.
Generalmente se considera que tienen su raíz en la cultura occidental moderna, pero existen al menos dos posturas principales más. Algunos afirman que todas las culturas poseen visiones de dignidad que se plasman en forma de derechos humanos, y hacen referencia a proclamaciones como la Carta de Mandén, de 1222, declaración fundacional del Imperio de Malí.
Existió el término derecho hasta que se produjeron contactos con la cultura occidental, ya que estas culturas han puesto tradicionalmente el acento en los deberes. Existen también quienes consideran que Occidente no ha creado la idea ni el concepto de derechos humanos, aunque sí una manera concreta de sistematizarlos, una discusión progresiva y el proyecto de una filosofía de los derechos humanos.
La Declaración fue objeto polémico desde el comienzo, por las diferentes interpretaciones que de ella se hicieron, particularmente por los intereses de mantener la hegemonía del enfoque liberal individualista, que partía de la concepción decimonónica de las libertades individuales como único derecho humano posible. Tal interpretación era insostenible, a pesar de la guerra fría y de la corta membresía de la organización por aquel entonces cuando solo se contaba con la tercera parte de los Estados que la integran en la actualidad.
Aunque no es un documento obligatorio o vinculante para los Estados, sirvió como base para la creación de las dos convenciones internacionales de la ONU, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, pactos que fueron adoptados por la Asamblea General de Naciones Unidas en su resolución 2200 A (XXI), de 16 de diciembre de 1966. Sigue siendo citada ampliamente por profesores universitarios, abogados defensores y por tribunales constitucionales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario